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El retiro d'en Miquel des Forn

Miquel en su panadería de la calle Pelleteria. | Pep Vicen
Mariona Cerdó | Palma
Quien habla es su nieto, Miquel Pujol Ferragut, más conocido como en Miquel des Forn. Regenta uno de los locales más históricos y emblemáticos de Palma, el mismo que su abuelo –el de las Américas– le legó a su madre y luego a él: Can Miquel, el Forn de Sa Pelleteria. Ahora, tras 47 años levantándose a las cinco de la mañana –tiene 64– y trabajando de lunes a lunes, proyecta su retirada: «Cuando se me acabe el contrato del local, a otra cosa mariposa». ¿Cuánto falta para su jubilación? Eso no lo aclara. «No sé lo que haré mañana ni si estaré vivo», zanja misterioso.
Can Miquel lleva abierto de manera ininterrumpida desde 1565, aunque inicialmente se llamaba Forn d’en Reixach. En su interior guarda un tesoro: un horno moruno de medio arco y tres metros de diámetro que aún hoy sigue funcionando a la perfección. A las cinco y media de la mañana, Miquel prende en el centro varios troncos de leña. Luego, coloca las brasas en el extremo izquierdo y hornea en el derecho. Enciende la bombilla, abre la compuerta y empuja la bandeja con una pala larguísima, una labor en la que se turna con Nieves, su empleada. El resultado son los cremadillos, las panades, las coques y las ensaimadas que hacen las delicias de media Palma –y de medio colegio de Montesión–.
Son las nueve de la mañana y Miquel –camiseta negra con restos de harina espolvoreada y delantal hasta las rodillas– recibe a este periódico. Él ya lleva unas cuantas horas en marcha: se ha levantado de madrugada y ya tiene el mostrador bien lleno. «Llevo 48 años haciéndolo todos los días y estoy cansado». Ninguno de sus tres hijos quiere seguir el negocio.
Los tiempos han cambiado, por mucho que los años parezcan no pasar para el Forn de Sa Pelleteria. Atravesar su puerta de madera es como viajar en el tiempo: dentro prácticamente todo se ha mantenido como en 1914, año en que el abuelo Miquel se hizo cargo de la panadería. Atrás quedan múltiples anécdotas y la transformación de un barrio que ha pasado de estar degradado a valer una fortuna. «Si lo llego a saber, lo compro cuando no valía nada y me hago multimillonario», bromea. Y repasa, nostálgico, todos los personajes emblemáticos del barrio que hoy ya no están, como Pedro Pescador o Madò Àngela. «Soy uno de los que más tiempo lleva aquí».
A las diez y media, el ir y venir de clientela es ya muy considerable. Estudiantes, arqueólogos, taxistas y también políticos. El dilema: empanada de carne o de pollo.
Y entonces suena el teléfono. La llamada procede de uno de los hoteles de lujo de la ciudad. Resulta que el ministro de Economía de China –nada más y nada menos– quiere una ensaimada. Para ya. «Lo arreglaré». Miquel cuelga, coge por banda a un amigo taxista que pasaba por allí y lo manda rumbo a la Bonanova. Mientras, otro amigo, se introduce en la rebotica y sale con una botella: «¡Qué bien saben las empanadas con vino!»
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